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Para dejarse conquistar por esta ciudad empezamos el recorrido por la plaza Mayor. Una de sus conocidas torres (a la izquierda de la fotografía) llamada Torre de Bujaco (25 metros) nos permite subir a la parte superior y admirar las hermosas vistas de la ciudad.

Dicen que un califa “Abu Yaqub” la remodeló tras conquistar la ciudad y fue bautizada con ese nombre por un muñeco de paja y trapo que fue colocado en el balconcito de los fueros en la fachada delantera, de ahí su nombre. También es popularmente conocida como “Torre del reloj “por un reloj enorme que marcaba el devenir del tiempo para los habitantes de la ciudad pero que en la actualidad no existe.

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El arco de la Estrella es la puerta de acceso al recinto amurallado, en honor a la virgen situada en la parte posterior del arco.

            Observar que esta entrada se construyó en oblicuo para que pudieran entrar las caballerías y carruajes sin quedarse encajonados.

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Plaza de Santa María con los palacios: Carvajal, Palacio Episcopal, de Mayoralgo y casa de los Ovando.

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Palacio de Ovando

Palacio Episcopal

Observar: Todas las casas tienen blasones y escudos de armas y estos nombres son apellidos ilustres provenientes de nobles que construyeron sus casas en el interior de esta zona amurallada.

Destacan: Fray Nicolás de Ovando (Gobernador de la India).

Mayoralgo: (Ignacio, gobernador de Cuzco en América del sur).

Los Golfines deben nombre a Alonso Golfín, camarero de los Reyes Católicos.

Bernardino Carvajal: Catedrático de Salamanca, Cardenal en Roma y embajador de los Reyes Católicos.

Palacio de los Golfines de Abajo: construido por la rama de los Golfines que se instalaron aquí tras la reconquista procedentes de Flandes.

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Seguimos el recorrido con la plaza de San Jorge que es espectacular con estatua de San Jorge luchando con el dragón al fondo. En lo alto, iglesia de San Francisco Javier (conocida como la Preciosa Sangre).

            Durmieron los reyes católicos en dos ocasiones que visitaron la ciudad debido a su gran amistad con esta familia. Permitieron a la familia Golfín colocar el escudo real (único en Cáceres) en agradecimiento a los muchos servicios y favores que les hizo esta familia.

            Una anécdota del poder de estos reyes: la reina Isabel mandó desmochar todas las torres de la ciudad monumental que tuvieran mayor altura a los palacios de los nobles porque estaba molesta con ellos. La mayoría de los nobles cacereños apoyaban a Juana la Beltraneja en su lucha por la sucesión del trono. Ambas querían la corona de Castilla al morir enrique IV. Los partidarios de Isabel y Juana rivalizaban por el poder y cuando Isabel vio que la victoria era suya mandó derribar las torres de Cáceres.

Sólo hay una torre llamada” Torre de la Cigüeñas” que pertenecía a un noble Don Diego de Ovando que no fue derribada quién se puso de parte de Isabel y le concedió el permiso para levantar esa torre ubicada en la Plaza de San Mateo. Allí también se encuentran: la plaza de las Veletas con palacio del mismo nombre, Plaza de San Pablo y San Mateo donde se encuentra un aljibe almohade.

Las casas de personas más adineradas podrían tener sus propios aljibes para embalsar el agua que utilizaban en sus tareas domésticas.

 En el tramo final de nuestro paseo podemos visitar el Palacio de los Golfines de arriba, los adarves y callejones cercanos a la muralla con sus estrechas y empinadas callejuelas.

No olvidéis adentraros en las callejuelas estrechas de la judería vieja y el recinto extramuros con sus dos parroquias principales: Santiago y San Juan.

Las juderías fueron un pueblo que se asentó en Cáceres huyendo de otras ciudades donde fueron rechazados. Vivian en casas humildes, encaladas en barrios sencillos y pobres en contraste con los lujosos palacios de los Nobles. No querían colonizar, solo pretendían vivir tranquilos a su manera con sus costumbres, pero fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492 y se marcharon a Portugal. Algunos se convirtieron al catolicismo, pero la mayoría se marcharon dejando sus casas y sus pertenencias. Cuentan que muchos se llevaron sus llaves con la esperanza de regresar algún día.

 

(Apuntes recogidos del libro: Balbo el peregrino de la autora Amalia Martín González)

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